Vi volar a una mujer llevándose el verano


Tan inmensa era que no conseguía recordar con exactitud el número de escalones que tenía aquella escalera, ni aquellas tardes de octubre en las que la mañana de otoño entraba por su ventana, ni las mañanas de otoño en las que era octubre quién la despertaba. Qué más daba todo... Qué más daba todo, si las interminables horas en las que se esforzaba en no recordar se volvían contra ella y trazaban tradiciones que la traicionaban. Qué más daba todo, si a pesar de la lluvia ella se empeñaba en dibujar sonrisas con cada gota.
Tan inmensa era que se olvidaba de que cuando miraba al frente con decisión, todo el mundo se apartaba, de que todo el mundo la miraba... de que todo el mundo la aplaudía. Qué más daba todo... Qué más daba todo, si ella se hacía la sorda, si ella miraba de reojo, si ella venía de la luna.
Tan inmensa era que las palabras no me alcanzan, que las frases se vacían cuando intento describirla... que el amor no le hacía justicia. Era un crisol, y siempre me recogía. Era una lámpara, de esas  de incandescencia, de inocencia, que criaban calor... que creaban luz. Y siempre me iluminaba. Ella un crisol, un cristal que no corta, un corte que no sangra. Ella era tan constante como un junco que no se dobla con el viento, tan firme que silencio me gritaba... tan inmensa que no cabía en unas letras. Ella estallaba las costuras del invierno, hacía música con el silencio, silencio con el ruido. Qué más daba todo... Qué más daba todo cuando ella contagiaba de positivismo la vida con su vida. Aunque se sintiera pura lija. Aunque se sintiera pura lija, ella contagiaba la vida con su vida. Tan inmensa era que no se creía espejo.

Qué más da todo... qué más da todo si no consigo recordar con exactitud el número de escalones que tenía aquella escalera que daba a su interior. Qué más da todo si tan solo recuerdo mi reflejo en aquel cristal, en aquella luna, en aquel espejo.

Tan inmensa era. Tan inmensa es.